viernes, 1 de febrero de 2013

Viaje al atardecer

Madrid, 24 de enero de 2013.


Caminábamos de vuelta a casa. El cielo estallaba en mil colores que no podrá capturar ningún lente-texto-vídeo-memoria-ojos-imaginación. Sólo se puede mirar desde nuestra pequeñez y disfrutar la dicha de tener ojos. De estar ahí mirando. Pese a. Gracias a. Amén de.



Caminábamos hacia la vida, como cada día, que es también hacia la muerte. El miedo nos visitaba esa tarde maravillosa de invierno. Porque una tarde es maravillosa aunque uno se esté muriendo por dentro, o por fuera, aunque tus lágrimas rieguen el césped de los parques donde cagarán los perros y dormirán los mendigos. Porque atardecerá aunque cerremos los ojos para no ver que todo se vuelve negro. 

La oscuridad y la luz no se detienen, no nos esperan, ni tampoco la vida-muerte. El tiempo que demoramos en abrir los ojos es el mismo intervalo en que otro los cierra para siempre. Para siempre, qué manido, qué bestia. Para siempre, te quiero. Para siempre, te olvido. Para siempre: la muerte. Para siempre: ¿la vida?

Caminábamos porque hay que seguir. Y estamos caminando todavía, aunque estemos sentados, durmiendo o practicando el arte del sueño. Aunque nuestros brazos se enrosquen como ramas y hagamos el amor en verso, luego en prosa y después escribamos ensayos con el cuerpo. Estamos caminando ahora mientras lees esto, y no nos detendremos hasta llegar a la meta.

Pero sabemos que la meta es el (pre)texto de un camino muy largo. Y la longitud no sólo la marca la vida con sus aciertos, golpes, emboscadas y alegrías, también la defines tú, con tus caídas y despertares, con la fe que pones en recuperarte, con lo fuerte que eres, y cada día te descubres un poco más. Qué sorpresa ese tú con una rama nueva, una hoja más grande, una flor, eres una planta en pleno crecimiento, eres un árbol vital, vibrante, ¡quiérete!, estírate como un girasol, busca el cielo, míralo como si fuera un espejo.

Caminamos porque nos dieron piernas y sangre para moverlas. Caminamos porque tenemos una mente mandando señales al cuerpo. Caminamos porque hemos hecho un camino caminando. Porque nos gusta mirar el paisaje y los cambios de luz, porque queremos saber qué se siente. Y cuando estamos cansados, nos sentamos a contemplar la vida que se va, hecha manto de luz a lo lejos, y ponemos nuestra fe silenciosa en el cielo, con la esperanza de que se nos oiga sin tener que hablar, pero también con el desasosiego de que, aún así, no sea suficiente. Porque la fe no basta si no caminas hacia ella.



4 comentarios:

  1. Me encanta cómo escribes. Siempre ha sido así. Decía Picasso eso de que "la inspiración le coge a uno trabajando", y se nota, (yo al menos lo noto), que no paras de "trabajar" y por consiguiente tienes muchos momentos de inspiración. No te leo siempre, pero cada vez que lo hago me siento como que he invertido bien mi tiempo. Me atrevo a decirte esto porque sé que el arte es muy desagradecido en ocasiones. El creador nunca sabe cuándo ni dónde puede haber alguien disfrutando con su obra, y hoy lo he hecho tanto con esta tuya que me parece justo hacer un alto en mi camino, en mi viaje, para agradecértelo como mereces. Un "me gusta" o un "fav" no es suficiente reconocimiento. No señor(ita).
    Gracias por compartir.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  2. Gracias a ti, por detenerte a leerme y dejarme un mensaje por debajo de la puerta, que pensándolo bien es como compartir un tramo de viaje juntos.

    ResponderEliminar
  3. Lien, linda Lien. Me gusta mucho este viaje que has retratado tan bien. Me has hecho recordar una frase que siempre me acompaña: "A Dios no se le pide ayuda. A Dios, se le ayuda"
    No se si lo dijo San Angustín, o San Ignacio de Loyola. Pero sí, "la fe no basta, hay que caminar haci ella". Un beso de Teresa.

    ResponderEliminar
  4. Teresa, tan dulce, como mi madre. Gracias por pasar.

    ResponderEliminar