lunes, 4 de febrero de 2013

Figura (in)significante





El sábado le compré un elefante a una africana. Para que nos dejara en paz. Estábamos en un bar y entró con sus típicos atuendos y la bandeja de collares y pulseras. Insistía en que le compráramos algo. De pronto puso el elefante sobre la mesa y dijo que lo regalaba, pero no se iba, seguía insistiendo en vendernos algo. 



Cuando vi el elefante recordé los que había en casa de mi madre, dos figuritas de barro esmaltado, en la postura “indicada” según las mitologías populares para que den suerte.  (Escribiendo esto he recordado que ilustran ‘El amor’, un cuento que publiqué en mi otro blog). Los elefantes cubanos todavía estarán sobre alguna estantería de esa casa a la que no puedo ir, la casa de mi madre en Cuba. 

El exiliado pierde el país donde está la casa que es la familia, renacemos huérfanos hasta ser adoptados por algún país madrastra. O ser, simplemente, los hijos que nadie quiso. Los niñitos en lista de espera, los parias, los invisibles. 

Volviendo a la mesa, el elefante y la negra que no se iba, saqué una moneda de la cartera y se la di, ella me dio un pulso de colores que le devolví. Cuando iba a llevarse el elefante le dije: Eso sí lo quiero.

No sé por qué, pero desde que lo vi lo quise. Quería tener un elefante, quería mirarlo y acordarme de esos elefantes de La Habana. Y que la molesta mujer se fuera, claro. 

Hoy quería escribir sobre el dolor, pero no se puede escribir a la ligera sobre algo así. No me ha alcanzado el tiempo para la (re)creación, tuve que vivir, con el sol de frente, con la rutina a cuestas y aguantando los quejidos del presente, buscando entre la maleza de contratiempos y ruidos algo sólido de qué agarrarme, esa mano que no es mi mano, pero que a veces me guía, otras me sostiene y muchas me acaricia. Buscando la fuerza que somos cuando estamos seguros.

Estar seguro: del verbo saber quienes somos, y aceptarnos por ese motivo. Y que la aceptación sea un refugio. Estamos seguros. Estas son las murallas de nuestra seguridad. 

En realidad no debí traer ese elefante, sabe Dios de dónde habrá salido, cuántas manos lo habrán manoseado, cuántos ojos bendecido o maldecido, quién lo tuvo, quién lo dejó, quién lo hizo. Ahora lo miro y ojalá algo de Ganesha viviera en él, pero no nos engañemos, es un objeto mínimo, es un objeto más, con una vida secreta que desconozco, que me inquieta y me hace imaginar mil historias imposibles. Es sólo una figurilla. Una figura.

Pagué caro por él (teniendo en cuenta que tiene pinta de ser un trozo de algo más, basura), como pago por la libertad de no vivir en mi jaula natal, porque no es que extrañe el cautiverio, extraño a la parte de mí que se quedó allá para siempre, mi lugar simbólico, mi pedazo de tierra, la creencia absurda de que nos pertenece algo, que formamos parte de algo, que tenemos algo. El sentido de pertenencia, como el del hijo a la madre.

Queremos encontrar el significado de todo, como si la vida fuera un acertijo. Y a veces por más que queramos abrir los ojos, no alcanzamos a ver a larga distancia o en la oscuridad, no podemos leer el futuro en los objetos, no nos habla el cielo ni nos mueven con hilos invisibles desde arriba. No creo en la suerte que no me construyo, que de algún modo me estaba destinada, pero no porque Dios nos puso como peones de un tablero divino, porque hemos sido y seremos, y el eco de nuestra existencia se encadena a otras existencias. 

Para que yo escriba este blog alguien inventó un gestor de contenidos aunque no pensara en mí cuando lo creó. Ni en ti que lees. 

Creo en la suerte que me toca. Como me toca la mano firme de mi hombre. Como me toca el amor de mi madre aunque estemos a miles de kilómetros. Como me toca la sinceridad de quien disfruta con lo que escribo y me lo dice. 

La suerte de sentir(la).

Los chinos tienen la costumbre de colocar una estatuilla de elefante en los balcones de las viviendas para protegerlas y para que el mal se aleje de las casas. (Esto lo leí buscando en internet sobre "elefantes y mitos populares", pero la foto la hice antes de saberlo)

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