martes, 13 de diciembre de 2016

El alma, bajo siete llaves

Yo.

El alma, bajo siete llaves. Sácala solo cuando sale el sol. 
El alma, rota en mil pedazos que puedes componer cada día, como un puzzle de cartón.

El alma, rota rota rota; pero nadie ve sus quebrados bordes. Si no la muestras a la luz de la luna y el sol, cuando las personas hablan, los cafés cuelan en las cafeteras de todas las cocinas, y la soledad se acuesta sobre un colchón humano, toma nuestro rostro, somos nosotros ante el espejo, aún cuando no nos miramos.

Nadie puede herirte tanto como quienes te aman. Porque nadie llegará más cerca de tu alma, donde las heridas no sangran pero tampoco cierran. 

Fui una estúpida en el pasado. Quizás la sombra de mi estupidez me persigue todavía.
La valiente también es cobarde. La valiente tiene pesadillas. Es vulnerable. Llora.

Llorar me salva, me da fuerzas aunque parezca débil. Llorar me hace descargar el dolor, hacerlo líquido, sacarlo. Abrir con siete llaves las compuertas de lo que no es mi corazón, de lo que está corriendo por mis venas, bajo mi piel delgada, entre mis pulmones, bajo mis arterias, dentro de mi cabeza, saltando a mi alrededor, saliendo sin que yo pueda detenerla (en estas palabras)...

El alma es lo más libre, pero se siente presa, bajo siete llaves, aquí en mi cuerpo joven-viejo, aquí en esta prisión de carne y hueso, en este llanto de piel que soy.

A veces pienso en la muerte, en mi propia muerte, en el reguero de trozos de mí que dejaré, en el basurero de ideas, en que no tengo un hijo al que trasmitirle algo de mi alma. Pero el alma, ¿se puede transferir?

Estoy desolada, porque aún no sale el sol y mi alma está afuera, contemplando mi cara; las siete llaves no son protección suficiente, ella escapa con el dolor, ella burla los cerrojos, ella no entiende de prisiones, vuela sobre mi cabeza, aterriza en esta falsa hoja, se tiende frente a mis ojos, llora y ríe sin control.

Nadie puede herirnos tanto como quienes amamos porque a nuestra alma pocos llegan, porque no entenderemos nunca que pongamos en sus manos las siete llaves, y las usen para romper un trozo de nuestra compasión, de lo más sagrado que tenemos: nuestro yo.

Aquí está mi alma, estas son las siete llaves que abren mi interior, y con un punto y final me las trago, y con un punto y final me trago mi dolor.

Seis y veinticinco, y aún no sale el sol, mi alma tiene sueño pero a la vez no deja de generar palabras, de generar dolor. Dónde están las otras almas que bailan bajo las estrellas, dónde está mi buena estrella, qué lejos está todo cuando no hay sol, cuando te sientes solo, cuando estás solo, qué lejos está todo, amor.

Los silencios son siete llaves.

Me tomaré este vaso de leche, este tesoro blanco, y me iré a la cama, a cantarle una nana mental a mi alma, tan triste y tan sola, tan llena de silencios incómodos, de frases mutiladas, tan llena de racionalismo y desolación. 

Dónde están esas almas que lloran a medianoche, que sangran sin pronunciar palabra, que vuelan bajo siete llaves, que perdonan la herida aunque nunca sane. Dónde está tu alma, amor, que esta noche me siento desolada, y no podría decirte casi nada, sólo que me abraces, que me abraces muy fuerte por si no estoy mañana, por si la muerte me reclama, por si todo se acaba, como esta oración.


My life in (S)pain, Lien C. Lau, 2016

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