lunes, 1 de octubre de 2018

Lo que no se puede vivir

foto: Lien C. Lau

Llegó el invierno a Madrid, de golpe, en pleno verano. Pero yo me guardo siempre el verano dentro, por si hace falta sacarlo y calentar con él la estancia.
Lo que no se puede vivir es una piedra en un zapato imaginario.

Llegó la tormenta, susurrando que el verano no es eterno. Llegó la pena vestida de blanco, inmaculada, intocable, con el pelo lavado y peinada de modo impecable. Una pena intacta, lista para ser mancillada. Lista para ser llorada. Llegó el ruido, a nuestras cabezas, a nuestras almas. Llegó la podredumbre, el miedo, los malos pensamientos, la distancia. Llegó la miseria humana, la indolencia, el dolor, la ira; la soledad estiró su mano tratando de tocarnos. Pero cerramos bien fuerte la puerta, con mil cerrojos y candados. Afuera patean los ángeles, aúllan los lobos y cantan las ranas. Afuera el mundo se viste de lluvia y resucita sus paraguas. Afuera está la multitud amontonada en los bares y las plazas, viendo correr el mundo, de pupila en pupila, de lágrima en lágrima.

Lo que no se puede vivir es un cuchillo que no corta.



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Madrid, algún día de algún año pasado.

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