jueves, 11 de abril de 2013

Muerte y resurrección digital





En la tarde del 22 de marzo fallecía en Estocolmo el gran pianista y compositor cubano Bebo Valdés, pero no lo supe hasta después de un rato. Estaba matando a mi propio yo virtual. ¿Por qué? Podría explicar ampliamente los motivos, pero algunos de ellos son muy personales.  

La parte que se puede contar: necesitaba recuperar otros espacios sepultados entre los clics y los tweets

  
A veces, sin darnos cuenta, cedemos terrenos muy valiosos para que otras rutinas más superfluas ocupen su lugar. Nos dejamos llevar por la marea de internet y navegamos horas y horas sin brújula ni mapa, sin saber exactamente a dónde queremos llegar. Simplemente dejamos el tiempo pasar, pasamos el tiempo entre links, vídeos de YouTube, leyendo pensamientos ajenos en el timeline de Twitter, mirando lo que  escriben los amigos en Facebook y opinando sobre cualquier tema. Pero la vida se va, igual que una canción manida, se nos va mientras estamos enajenados en una nube de bytes

Estoy en el mundo virtual desde hace un poco más de cinco años, los mismos que llevo fuera Cuba; no todo ha sido negativo, para nada, es justo ahí (aquí) donde he encontrado los lectores que nunca antes tuve. Para un escritor novel y/o desconocido las redes sociales, los blogs e internet en general son actualmente herramientas casi imprescindibles para promocionarse y posicionarse. Para encontrar una vía alternativa que nos permita entrar en el mundo de la literatura aunque sea por la puerta de atrás. 

Gracias a Twitter publiqué mi primer libro, y encontré los primeros lectores más allá del cerrado mundo de mis conocidos y amistades. Pero lo que para algunos es “coraza protectora” en mi caso se vuelve handicap; no soy tan ni más libre por escribir en internet, es una ilusión creer que se puede ser libre digitalmente cuando no lo somos en la vida offline. «La libertad está aquí dentro», me dijo L. tocándose la cabeza con un dedo, y tiene razón.

La libertad fuera de la mente ha de estar avalada por algo más que nuestra convicción, por los derechos que tenemos, por las leyes que protegen nuestros derechos, por formar parte de una sociedad regida por un Estado de derecho; y no tengo nada de eso ahora. Puedo ser libre dentro de mí, en lo que me gusta, en lo que me hace respirar, en el amor y la creatividad. 

¿Por qué entonces cerrar por unos días mis cuentas de Twitter y Facebook, dejar de escribir en el blog? Digamos que ha sido un experimento y una terapia. 

Terapia para balancear una vida que se había tornado demasiado digital. Vivir en el exilio ha sido empezar desde cero, dejar atrás todo lo que antes fue mi mundo, encontrarnos solos en un país distinto donde no conocemos a casi nadie; en ocasiones tengo la impresión de que el mundo es una escenografía llena de extra(ño)s ⎯aunque en realidad soy yo la extra(ña), la extranjera⎯, pueden pasar días en que el rostro más recurrente sea, aparte del de mi pareja, el de los presentadores del telediario. No estoy escribiendo esto para que me cojan lástima ni para que me digan lo que debo hacer en plan: «sal a la calle, conoce gente», cualquier insinuación de este tipo, por muy buena voluntad que traiga es ajena a lo que ocurre en mi vida. Esto es mucho más complejo y privado, por tanto, no voy a adentrarme demasiado en los porqué, es así, no conozco a casi nadie en este país en cinco años. 

No le temo a la soledad, no sólo porque desde hace una década comparto la vida con alguien, sino también porque la soledad es el yo más puro, la oportunidad que tenemos de conocernos mejor a nosotros mismos. ¡Cómo voy a tenerme miedo! La soledad es un hecho, lo aceptemos o no, está ahí. Nos acompañará para siempre. Para un creador, además, la soledad es indispensable para llevar a cabo su obra.

Me había olvidado de muchas partes de mí y necesitaba recuperarme. Volver a los libros, ver películas, pasar más tiempo haciendo labores manuales, dar paseos, escribir, sobre todo escribir. Volcarme en mis proyectos, en lo que me hace ser quien soy.

Ha sido también un experimento para comprobar que es un espejismo la compañía de quienes pueblan internet, no se está más acompañado porque algunos, incluso muchos, te animen, apoyen, conversen un rato contigo, ¿qué hacen verdaderamente por ti? ¿Si en vez de matarme digitalmente hubiera muerto de verdad, quién me extrañaría? Mi madre, mi pareja, algunos amigos y conocidos, con los dedos de las manos me basta para contarlos. Los demás ⎯si se enteran⎯: un minuto de lamento y ya. 

No me extrañó comprobar que salvo un amigo en Miami, una amiga italiana y otra andaluza, y algunos seguidores de Twitter, casi nadie notó mi desaparición. Pero por esas personas vale mucho la pena volver, y por quienes aunque no lo digan, saben apreciar que comparta mis letras con ellos. Mi más sincero agradecimiento por el feedback y el feeling.

Pero no me engaño, se trata de intercambio. Y está bien así, está bien poner los pies en la tierra y saberse pequeño, saber el lugar que ocupamos en el mundo.

Vale la pena volver a la vida digital sobre todo por mí, porque lo que he conseguido no lo tiraré a la basura porque esté pasando por un mal momento anímico. O porque algunos, en internet, me pongan las cosas más difíciles con comentarios desafortunados.

Por desgracia quienes escribimos poniendo nuestro nombre y nuestra identidad estamos más expuestos en la red que quien se escuda en el anonimato. Pero no puedo huir de mí, necesito de esto para seguir dando a conocer mi obra. La esencia de estar aquí para mí no es hacer amigos, ni entretenerme o inflarme el ego, estoy porque conquisté este espacio para mi trabajo, para decir lo que pienso y para compartir mis opiniones con los demás, para hacer llegar impresiones de ese lugar de donde vengo, donde la mayoría de los cubanos no tienen acceso a internet para expresarse como yo sí puedo hacer. Quiero poner mi parte en derrumbar ese muro de desinformación que bordea a Cuba, y lo seguiré haciendo. Como seguiré entregando algo de lo que soy, de lo que puedo crear, a quien desee recibirlo. Y si por el camino encuentro amigos, pues bienvenidos sean.

Cuando supe que Bebo había muerto sentí tristeza, que se sumó a la que ya tenía. Pero luego puse su maravillosa música, leí sus entrevistas, los artículos que de él se empezaron a publicar, la admiración y cariño de los que lo conocieron es tan grande, su legado musical tan trascendente... Bebo está vivo en cada melodía, los artistas como él son eternos en su arte.

Pero Bebo, como otros muchos artistas cubanos, murió lejos de su patria, a la que nunca regresó porque no soportaba las dictaduras. Yo tampoco las soporto, pero no quiero morirme sin volver a mi país algún día, y que sea, ojalá, a una Cuba libre y democrática. 

Dejé el país del miedo para no sentir miedo. Y es cierto, hoy todavía no soy libre, soy una no-persona, no tengo derechos ni en Cuba ni en España. Aún así, tengo mi verdad, pequeñita, pero mía, y algo que nadie puede quitarme: la voluntad de pensar y escribir, de ser yo, en resumen.

El reto: encontrar el equilibrio entre lo digital y lo material, porque a fin de cuentas, todo es real. Tenemos una sola vida, y hay que vivir cada momento sin vacilaciones pero sin derroches. La yo-persona no necesita prácticamente de las redes sociales porque tiene muchas otras cosas en que emplear el tiempo y no son precisamente replicar la vida en la red colgando fotos de gatos, zapatos o comida, pero la yo-artista sabe que éste es su lugar y que no puede ni quiere irse.

En fin, que tendrán que soportarme por aquí más tiempo.

1 comentario:

  1. Pues... ¿Qué decir, China? Me sentiré muy feliz de "soportarla" por estos lares más tiempo ("soportarte", siempre me dices que no hay necesidad de formalidades).
    Por cierto, ¿sabías que volviste justo un día antes de mi cumpleaños?? ¡¡Es como tener un regalo por adelantado!!

    Y... Pues eso, muchas gracias por volver y me alegra que hayas retomado tu vida en la realidad... ¿Real? Vamos, aquella en la que puedes sentir el sol en la cara y su calorcito que te despierta del sueño =D

    ResponderEliminar